BIENVENIDO A LA ÓRBITA ANALÓGICA Recuperando discos de vinilo, imágenes, lecturas y otras cosas

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viernes, 30 de noviembre de 2007

Trucos del Doctor Vinilo


La limpieza de tus vinilos Parte II

Como ejemplo de que el vinilo es un soporte persistente y de que su uso y recuperación han hallado nicho en el mercado, a continuación te informo de una serie de artefactos concebidos para su limpieza y mantenimiento por casas afamadas o iniciativas particulares. Tal vez no sean todos, tal vez existan diferencias importantes entre ellos, pero la idea compartida es proporcionar soluciones de limpieza, e incluso de resucitación, para coleccionistas, vendedores de discos de segunda mano, emisoras, archivistas o el simple aficionado exigente.

La oferta es amplia, e incluye desde el aparato con lujosa peana de madera de Nitty Gritty (www.nittygrittyinc.com/systems.htm), las propuestas de fabricantes de platos giradiscos como Clearaudio (http://www.clearaudio.de/) o Garrard (http://www.garrard501.com/) a inventos especiales que aúnan efectividad y sencillez (como el que puedes hallar rebuscando en http://www.mdrmusic.com/). Otras ideas rozan en su especialización la perfección mecánica, como la británica Keith Monks (http://www.keithmonks-rcm.co.uk/) o la alemana Hannl (http://www.hannl-reinigungssysteme.de/), pero aunque todas ellas asaltan seriamente el bolsillo me temo que son de uso casi obligado para el que desee evitar que sus vinilos sufran una muerte lenta. En el caso de Clearaudio van un paso más allá y comercializan su Vinyl Doctor (vaya, qué coincidencia), que devuelve a los discos combados por el almacenamiento, las altas temperaturas o la fabricación descuidada un muy deseable estado totalmente horizontal mediante la aplicación controlada de calor. Atrás quedan mis experimentos caseros con trapos húmedos y plancha doméstica.

Parte de la dificultad en mantener una rigurosa limpieza de los vinilos consiste en su mismo uso, pues el roce de la aguja sobre el acetato produce una temperatura elevada (alrededor de 300 grados centígrados), con lo que la suciedad ya adherida acaba soldándose (literalmente) a los surcos con sólo unas cuantas escuchas sin limpiar a fondo el disco. En este caso, un aparato específicamente concebido ayuda a resolver la papeleta, pues las limpiezas manuales a veces han podido hasta agravar el problema.

Aún así, y como el bolsillo supone un límite claro, ando cavilando si no resucitar algún plato que tengo desahuciado y adaptarlo para dotarlo de un cepillo limpiador montado en el brazo como remedo casero. Evidentemente, deberé poder regular el peso de ese brazo y hallar algún sistema de recogida de líquidos y secado inmediato, y confieso que me rondan por la cabeza un par de ideas. En este punto solicito de los visitantes toda su ayuda e ingenio. Os mantendré informados de los resultados de mi iniciativa doméstica.

lunes, 19 de noviembre de 2007

El humo que cegaba tus ojos: el divorcio de jazz y nicotina


Una escena del pasado

Observa la foto de tu izquierda, donde Dexter Gordon echa unas bocanadas con gesto relajado, su saxo tenor en el regazo, la partitura apartada, la viva imagen del trabajo cumplido, un alto en el camino para tomar resuello. La estampa rememora un pasado ya lejano. Y no tanto por el blanco y negro, las hechuras demodés de su traje, tampoco por ese sombrero desfasado: pertenece claramente al pasado por esa humareda que alumbra la luz cenital en rizados arabescos. Hoy en día no hay estudio de grabación que permita tal atrevimiento, y cada vez son más escasos los escenarios donde el tabaco no esté totalmente vetado. No descubrimos nada si decimos que no siempre fue así.

Jazz y nicotina, un matrimonio feliz

El jazz en origen tuvo siempre, por la influencia de sus mil afluentes, un pie puesto en la transgresión, en el bar de mala muerte, el ambiente bastardo, la atmósfera enrarecida, el alcohol, el tabaco y las drogas. Compartía con el blues y el R&B horarios intempestivos, mala vida y el aura tan atractiva como peligrosa de todo lo que escapa a la luz del día y ha de disfrutarse al abrigo de la noche. Estaba presente en las salas de baile, sí, en la radio, sí, y algunas estrellas traspasaban la frontera de lo oculto y aparecían envueltas en oropel para el consumo del gran público, pero la gran familia del jazz parecía gustar de transitar por la fina línea que separaba el arte de la debacle, parecían hallarse a gusto en la creación al borde del abismo. Para ellos el tabaco era el menos relevante de sus vicios y el menor de sus problemas.

A todo esto debemos añadir que además de su tendencia a la vida disoluta, el jazz ha sido una de las exportaciones culturales destacadas de los poderosos Estados Unidos, que durante varias décadas parecían empeñados en convertir al planeta en un mundo sólo para fumadores. Galanes de cine, aguerridos cowboys, seductoras vampiresas y músicos de jazz poblaron el imaginario de fumadores empedernidos, con escenas aún más sugerentes cuantas más volutas de humo flotaban por el aire. No había hombre de verdad ni ejemplo a imitar que no se echara cada poco la mano al bolsillo y encendiera un cigarrillo con ademán varonil. Tal vez el jazz fuera incluso un poco más allá, como prueba la enorme cantidad de fotografías de músicos fumando en el escenario o el descaro con el que aparecían en las portadas de sus discos agarrados a un pitillo.

No room for squares

Vistos con los ojos de un fumador empedernido del siglo XXI provocan envidia. Ahora nadie fuma en televisión, los músicos se abstienen de echar sus bocanadas en plena actuación, y en el cine un personaje fumador siempre es malo, requetemalo o aún mucho peor. Así pues, el divorcio entre nicotina y jazz parece haberse producido de forma inapelable, y cuando al que esto suscribe le han prohido fumar en alguna de las catedrales del jazz como el Village Vanguard o el Birdland neoyorquinos, sólo le queda pensar, mientras recorre la acera tiritando en pleno invierno, que o bien es un resistente o un chalado que no sabe amoldarse a los tiempos.







Trucos del Doctor Vinilo

La limpieza de tus vinilos.


Resulta más que evidente que al ser el disco de vinilo un soporte analógico y realizarse su lectura por contacto, el mantenimiento de su limpieza es una prioridad absoluta. Son muchos los productos comerciales a la venta en establecimientos especializados, pero una buena higiene vinílica es más cuestión de disciplina que de pócimas mágicas. Evita tocar el disco con los dedos, adoptando para ello la postura adecuada al manipularlos: dedo índice o corazón inserto en el orificio central en evocador gesto, borde sujeto con el pulgar de la misma mano. Para los menos malabaristas siempre se puede asir el vinilo por los bordes con ambas manos en gesto oferente, lo que evitará dejar tus huellas y otros residuos (a saber dónde has metido antes las manos). Cuando el estado del vinilo precise una puesta a punto urgente, lo mejor es usar el sentido común. Provéete de una gamuza suave o un cepillo de suavísima crin (de venta generalizada) y de un líquido limpiador exento de aditivos o colorantes que puedan dejar tanta o más suciedad que la que quitas. Para ello te ofrezco una receta sencilla: 3/4 partes de agua destilada (o de esa para planchar) que no deje cal y 1/4 de alcohol de farmacia. Aplica el producto siempre sobre la gamuza o el cepillo y nunca directamente sobre el disco, pues a pesar de que el alcohol favorece la rápida evaporación del producto puedes formar "charcos" que al absorver el polvo y otras suciedades crearán una especie de fango, lo que empeora el proceso. Limpia el disco siempre de forma circular, siguiendo los surcos, y mantén el giradiscos en marcha si eso te facilita la tarea. Para casos extremos he añadido a veces una gota (¡sólo una!) de lavavajillas con buenos resultados, y en caso de necesitar terapias de choque y salvar algún disco de una muerte segura hasta me he atrevido a lavarlos como si de un plato se tratara. El principio es no causar nunca tanto o más daño en la limpieza del que ya ha provocado un uso negligente.

La aguja merece toda tu atención

A menudo olvidamos que el mal estado de la aguja puede convertir un equipo excelente en un comediscos infame. Los fabricantes recomiendan el cambio de aguja cada 800 horas de audición, aunque yo de tí no me haría el rácano y la cambiaría en cuanto intuyas un disminución de calidad o un comportamiento dudoso. Nunca, y digo nunca, toques la aguja con los dedos. Utiliza para su limpieza un pequeño cepillo de suave pelo o una perilla de aire para expeler el polvo que se pueda haber adherido. Otra de las razones para no echar líquido limpiador directamente sobre el disco es que el alcohol pueda disolver el adhesivo que une la aguja al canal que a su vez lo conecta con la cápsula. Estás avisado. Por otra parte, una aguja en mal estado puede dañar el disco, y el roce sobre el vinilo aumenta levemente la temperatura del mismo, lo suficiente para "soldar" sobre él la poca suciedad que pueda haber. Una razón más para mantener una limpieza a conciencia.

La reproducción en mojado: úsese con moderación

Mucho del chisporroteo o sonido a freidora que a menudo oímos al reproducir un vinilo no proviene de suciedad o polvo sino de la electricidad estática que se acumula en su superfície. Recuerda que la mayoría de cápsulas funcionan por electromagnetismo, y una carga eléctrica no deseada las afecta invariablemente. Para evitarlo puedes recurrir a la reproducción en mojado, un truco de resultados tan sorprendentes como efectivos. Éste consiste sencillamente en aplicar agua (destilada a ser posible) sobre el disco durante su reproducción con un spray o aspersor (de esos de regar los bonsais, por ejemplo) generosamente, y notarás una súbita desaparición de esos sonidos crepitantes. Este método no lo recomiendo para un uso generalizado, pero sí, y mucho, cuando nos disponemos a inmortalizar un vinilo en otro formato (CD o cassette), pues el sonido queda prácticamente exento de parásitos. Sólo debes cerciorarte de que tu plato giradiscos no es proclive a filtraciones que puedan afectar al mecanismo (he dicho pulverizar agua generosamente, no bañar el disco!), y has de secarlo concienzudamente al acabar la reproducción, a ser posible aprovechando para una nueva limpieza.

domingo, 18 de noviembre de 2007

La función crea el órgano: breve introducción a la hammondología.

Parte I




Allá por 1934, un ingeniero de mente ambiciosa, inspirado por las recientes innovaciones eléctricas aplicadas a los instrumentos musicales, ideó una alternativa de bolsillo a los elefantiásicos órganos de uso común en iglesias, teatros y auditorios. El personaje respondía por Laurene Hammond, y tras ingentes esfuerzos técnicos alumbró, tal vez sin saberlo, un artefacto que acabaría marcando época. A los menos avisados ese conjunto de doble teclado, banqueta y pedalera, a menudo acompañado de un armario bajo que responde al sugerente nombre de Lesley, puede parecerles más propio de una revista de decoración de la época que revolución musical alguna, pero en las entrañas de ese monstruo cientos de relés, válvulas, tiradores y ruedas giratorias se disponían a proporcionar al intérprete las capacidades, efectos y resonancias de una pequeña orquesta. Los modelos primitivos fueron rápidamente adoptados por salas de cine, capillas de recursos limitados y antros ávidos de atracciones para un público sediento, pero sus constantes mejoras técnicas llamaron la atención de los músicos más atrevidos, de los no tan dispuestos a emular a Bach en formato casero como ansiosos por excitar al oyente con arrebatos, ecos y trémolos a todo volumen. Así pues, su adopción casi inmediata en las iglesias de gospel le hizo compartir el mismo camino que la música que en ellos se interpretaba, saltando a los discos y conjuntos de R&B, y de allí al jazz más cercano a las raíces y el blues. Los nuevos organilleros fueron numerosos, pero no fueron legión hasta que en 1955 el sr. Hammond sacó al mercado el celebérrimo modelo B-3.


Buena parte de la culpa de esa invasión de teclistas a la última corresponde al sr. Jimmy Smith, apodado "The Incredible", auténtico revolucionario en el uso del aparato y exprimidor de todas sus posibilidades. Cuenta la leyenda que tras comprar un último modelo (a plazos, por supuesto) se encerró casi un año en un almacén con su nuevo juguete hasta estar seguro de que tanto el instrumento como él ya no daban más, y emergió a la luz con un sonido tan novedoso y atrayente que su contrato para la casa Blue Note no se hizo esperar. Furiosos crescendos, cambios constantes de timbre, ataques a degüello, acordes gigantescos y maestría en el uso de densas y abisales líneas de bajo en los pedales, tan amplia era la panoplia de efectos y recursos que podía ofrecer que el Hammond B-3 se convirtió en parte integrante de la banda sonora de su época, y hasta bien entrados los sesenta no tuvo contrincante en la creación de ambientes y sonidos de auténtica pegada. Smith fue el primero que logró realmente sacar al Hammond de la iglesia, la feria y el bar de mala muerte a los escenarios del jazz, logrando que aquel juguete fuera en verdad considerado un instrumento serio.

Al tal Smith le siguieron muchos, como p.e. Jack McDuff, Lonnie Smith, Big John Patton, Shirley Scott o Larry Young, quienes bebieron de la fuente de pioneros como Wild Bill Davis o Bill Doggett, avezados "entertainers", para dotar al Hammond de puesto preeminente en el soul jazz. Incluso grupos de rock como Procol Harum, Led Zeppelin o Yes aprovecharon la grandilocuencia de su sonido para acompañar sus pretensiones sinfónicas, pero la posterior aparición del piano Rhodes enamoró a los buscadores de modernidad, y el Hammond quedó relegado al desván de las antiguallas. Hoy en día, la casa Hammond es propiedad de la Suzuki japonesa, los viejos modelos sólo pueden adquirirse a precios desorbitados, y las nuevas apuestas digitales no logran cumplir las expectativas del buscador de EL sonido Hamond con mayúsculas. Aún así, unas pocas caricias al teclado de un Hammond, unos pocos acordes sostenidos, un trémolo plañidero en el inicio de un blues, nos devuelven a un tiempo en el que lo más novedoso y lo más atávico unieron sus fuerzas para provocar emociones y arrebatos.

sábado, 10 de noviembre de 2007

La chica de Ipanema o cómo arrasar el planeta con un ritmo nuevo de la noche al día



Oye qué cosa más linda....


En 1962 la gran hornada del rock'n'roll se estaba enfriando, el jazz iniciaba caminos experimentales que le alejaban definitivamente de las salas de baile, la música negra aún no había roto sus cadenas, y las viejas modas de los ritmos tropicales no habían logrado superar el cambio generacional. Muchos eran los que ansiaban hallar un toque distintivo que pudiera convertirse en sintonía inaugural de una década preñada de promesas, pero pocos imaginaban que éste acabaría viniendo del otro hemisferio, de un mundo alejado, tan desconocido como sugerente. Las músicas tropicales, de consumo moderado en EE.UU. y muy limitado en Europa, ya habían aportado a la gran corriente principal el mambo, el cha-cha-cha, el bolero y otros ritmos, ya habían influido en apuestas de por sí arriesgadas como el jazz, pero su enorme bagaje se veía casi siempre limitado por el prejuicio, el idioma o su uso exclusivo para el baile. Una de las muchas mutaciones de la música latina obraría el milagro.


Bossa nova, la nueva intención


Aunque a veces se ha querido definir a la bossa nova como música popular brasileña, lo cierto es que en origen fue una idea de las élites culturales cariocas, que muy influidas por el jazz y la chanson francesa aprovecharon las estructuras de la samba y sus afluentes para añadirles sofisticación, coartada literaria y aires progresistas en consonancia con los crecientes deseos de una nueva clase media brasileña que se debatía entre las raíces y el brillo de la cultura europea, como empezaba a plasmarse en su arquitectura y otras artes. Así, el matrimonio entre tradición y cosmopolitismo se celebró sin grandes fastos, aunque el acierto de esa unión cruzó todas las fronteras. Los contrayentes, por otra parte, eran tan numerosos como inesperados.


"The sound", el blanco que bebía de todas las fuentes


Stan Getz, conocido como "The Sound" por su imbatible timbre y personalidad al saxo tenor, era uno de los numerosos músicos blancos de jazz abierto a mil influencias, alma liberada de corsés y hambrienta de éxito, tanto económico como musical. Siguiendo los consejos de amigos músicos como Charlie Byrd, decidió dotar a su repertorio de algunos temas con savia nueva, y después de tantear la música cubana decidió que los dulces ritmos sincopados de una nueva generación de compositores brasileños se adaptaría mejor a su sonido almibarado. Para ello recorrió a Joao Gilberto, quien por entonces parecía abrirse camino a toda velocidad como delantero de un amplio equipo, compuesto entre otros por Antonio Carlos Jobim, Vinicious de Moraes, Luiz Bonfá
o Laurindo Almeida. La cita, sin embargo, tuvo un desenlace inesperado.


¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?


Una vez Getz y Gilberto prepararon el material y realizaron las primeras pruebas, a los productores les asaltó una duda. ¿Estaba el público americano preparado para consumir canciones en portugués, acaso no faltaba algo para convencer a las emisoras de que radiaran aquel nuevo cóctel, era todo aquello una buena idea? La solución fue echar mano de la mujer de Joao, Astrud, que hablaba inglés, no tenía mala pinta y aunque no era cantante profesional su voz ofrecía un tinte sugerente y enigmático, lejos de toda pretensión. Una vez agregado ese último ingrediente la mezcla resultó explosiva, lanzando a Getz, la bossa nova y a todos sus participantes al éxito mundial. Durante un par de años el planeta bailó, amó y sintió al ritmo cadencioso de sus sones amables y sensuales, no hubo saxofonista de pro que no adoptara la nueva receta, y hasta el propio Elvis se subió al carro. Sin embargo, el auténtico terremoto global vino de la mano de los cuatro melenudos de Liverpool, y el globo se desinfló, aunque dejó tras de sí uno de los discos más vendidos de la historia del jazz e influencia eterna en el mundo de la música.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Alta Fidelidad, la piratería y la grabación de cassettes como una de las bellas artes

Inspirado por el libro de tu izquierda, recuerdo los tiempos no tan lejanos en que la única manera de compartir tus discos favoritos con amistades y ligues a los que querías impresionar con tu sapiencia y buen gusto era la grabación de esas bobinas magnéticas encarcasadas llamadas cassettes. Esta es posiblemente la única víctima real de la actual preeminencia digital, y si lo dudas busca cerca de tu casa una papelería, supermercado o ferretería (sí, las ferreterías solían tenerlos, pues se consideraban herramientas) que aún sirvan cassettes vírgenes. Su manejo era engorroso, su calidad dudosa y su durabilidad escasa, pero grabar vinilo en cassette era lo más parecido a la creación musical que un no-músico podía permitirse. La diferencia estriba en la dedicación, pues no es lo mismo apretar unas teclas, mover unos archivos y "tostar" un CD que verte obligado a unas operaciones mecánicas que requerían de gran destreza en riguroso tiempo real. Una grabación en cassette te obliga a escuchar todo lo que grabas, a temer el error, a cumplir desesperantes rebobinados en busca del inicio o fin de una canción para realizar correcciones. Por otra parte, esa actividad tan dedicada facilitaba la confección de recopilatorios con auténtico espíritu de transmisión de emociones, con absoluto cuidado en el orden de grabación, intentando que el oyente (al que no le quedaba más remedio que escuchar la cinta de cabo a rabo sin posibilidad de zapeo) se dejara guiarr por tu batuta. Un recopilatorio para un amigo era un auténtico abrazo de estima fraternal; una cinta para una novia un verdadero acto de amor.


Todo esto se supone que casa muy poco con las actuales preocupaciones por la piratería. Parece evidente que un CD tiende a clonarse hasta el infinito para su reparto entre amistades o el comercio ilegal, pero ya en aquellos tiempos magnéticos se temía por la copia incontrolada y el perjuicio que ello podría causar al autor y al fabricante, como se demuestra en la imagen de tu derecha. Numerosas campañas se ocupaban entonces, con la coartada de la defensa de David contra Goliath, de que el usuario de cassettes vírgenes se sintiera próximo al delito, pero nunca llegaron al nivel de las actuales, seguramente porque un vinilo era un vinilo, y su copia magnética un simple remedo. Sin embargo, lo que entonces obviaban es que el recopilador casero solía considerarse un artista, un creador, y que el cassette no era más que el lápiz y el papel sobre el que se garabateaban emociones y sentimientos para su reparto entre almas receptivas.

domingo, 4 de noviembre de 2007

freddy freeloader -Miles Davis

El jazz de mejores modales


Miles Davis es hoy, como fue siempre, sinónimo de músico genial, visionario y arriesgado. Arrogante en sus maneras y a la vez accesible al gran público, forjó poco a poco fama de adelantado, de compositor inspirado e intérprete reconocible a las primeras pocas notas. Su influencia fue evidente, y siempre supo mantenerse en primera fila y rodearse de lo más granado de la escena musical. Su sexteto de finales de los 50 es un ejemplo arquetípico de todo ello. Con Julian Cannonball Adderley al saxo alto, John Coltrane al tenor, Paul Chambers al bajo, Wynton Kelly al piano y James Cobb a la batería conformó un conjunto pionero en la introducción de la teoría modal en el mundo del jazz. Tras apuntar maneras en su disco Milestones, decidió encargar a Bill Evans las teclas y embarcarse en un proyecto en el que los solos ya no recorrerían progresiones de acordes, sino escalas que desnudaran la partitura de las ceñidas costuras al uso, los modos, que ayudaron a bautizar ese nuevo concepto como modal jazz. Kind of Blue fue el primer LP compuesto enteramente en esta nueva disciplina, y aún hoy se considera uno de los mejores discos de jazz de todos los tiempos. Sin apartarse radicalmente del blues y del cool jazz que él mismo contribuyó claramente a imponer, bebiendo aún de las fuentes primigenias, con unas gotas de aventura y armonias propias de un Debussy, el disco se grabó prácticamente de una sentada para encumbrar a su autor y a todos los participantes. El tema que puedes oír aquí no deja de ser un blues estricto de 12 compases, pero en los solos sucesivos se dibujan nuevas posibilidades que, aun con oídos del siglo XXI, parecen de otro planeta. Es el jazz modal, el jazz de mejores modales, un nuevo modo para lo que entonces era también un mundo nuevo.
FREDDY FREELOADER - MILES DAVIS

sábado, 3 de noviembre de 2007

El vinilo de Juan Palomo



Recetas para crear tus propios vinilos

A pesar de que el CD lleva muchos años como soporte de mayor uso, el tan largamente anunciado funeral del vinilo no acaba nunca de celebrarse. Más aún, cada vez abundan más las iniciativas para preservarlo e incluso para crearlo. Pensado inicialmente para DJs avezados en su uso, este aparatejo de arriba es la solución ideal para el que desee producir sus propios discos en casa o en el estudio de grabación. La responsable de ello es la afamada casa Vestax, que con este modelo VX2000 intenta cumplir el sueño de todo productor casero o aficionado irredento al microsurco.
Aunque el precio ciertamente tira de espaldas (lo he visto valorado entre 8.000 y 12.000 euros) no acabo de estar seguro de si se trata de un juguete o de un grabador de calidad, pues no he tenido el placer de oírlo y los comentarios son diversos y confusos. En este punto es cuando solicito tu comentario más encarecidamente. Para más información: http://www.vestax.com/


Para los más atrevidos y aquellos a los que la técnica no espanta presentamos este artefacto de ingeniería alemana al más puro estilo Profesor Lokovich. Su precio ronda lo 3.000 euros, y puedes encontrar toda la información necesaria, así como muy interesantes comentarios técnicos sobre la grabación analógica, en la web http://www.vinylrecorder.com/. La empresa (aparentemente unipersonal) está ubicada en la localidad de Hosskirch, aunque rebuscando por la web parece que su creador está presente en multitud de ferias al uso. En este caso las referencias disponibles son nulas, pero el invento hará sin duda las delicias de los aficionados al bricolage electrónico. Sólo de verlo quiero uno.

Ya son relativamente numerosas las pequeñas empresas que ofertan grabaciones en vinilo para DJs o aficionados sin tener que encargar discos de 500 en 500 unidades. Entre ellos destacamos la argentina Hamilton Records, cuya web no debes dejar de visitar (http://www.hamiltonrecords.com.ar/), y que aconsejamos especialmente a los lectores de ultramar. Suponíamos que utilizaba el aparato alemán antedicho, pero Claudio, alma mater de la citada firma, nos ofrece una descripción de su dispositivo: "En realidad utilizo de varios continentes, la Cabeza y el Amp principal es Suizo de la Vinilyum, el overhead, o sea donde se mueve la cabeza, es Americano, un Fairchild, y los compresores y expansores son Ingleses asi que uní todo lo mejor para llegar a un sonido profesional". Confieso que me he perdido, pero tal equipamento merece ponerse a prueba.

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