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domingo, 16 de diciembre de 2007

Top 10 etílico del Doctor Vinilo

Música y Alcohol, una pareja tradicional

A estas alturas en que el consumo de sustancias psicotrópicas y estimulantes parece asociarse sin recato con la música popular de grandes ventas, las pistas de baile y la vida rockera disoluta, superados ya los tiempos en que música y experiencias en estados alterados de conciencia iban de la mano bajo largas melenas, aparcados ya los estragos causados por la heroína y los malos viajes del LSD, sorprende comprobar que hubo un tiempo en que el alcohol era el único recurso lúdico-adictivo de uso generalizado, cuyas virtudes podían cantarse sin temer censuras ni visitas de la policía. A excepción del breve periodo conocido como "ley seca" en EE.UU., el alcohol ha sido siempre legal en occidente, y fuente de inspiración para músicos y artistas desde tiempos inmemoriales. En el siglo XX el jazz, el swing o el blues, por poner unos pocos ejemplos, han sido alcohólicos declarados, y sólo cuando el rock and roll se infantilizó dejó la música popular, eminentemente adulta hasta entonces, de entregarse a las libaciones desmedidas y las melopeas de forma recurrente. Al poco otras sustancias tomaron el relevo, y el alcohol pasó a considerarse droga de padres de familia, vagabundos o borrachos de pueblo, muy alejados del arquetipo de hipster a la última en busca de sustancias prohibidas y paraísos artificiales de la era moderna.
En la música popular del siglo XX son dos las temáticas etílicas principales. Por un lado la loa al consumo, aderezo de grandes bacanales y fIestorros o simple rompehielos para la vida social, a menudo en forma de cocktail para despejar el camino hasta el ayuntamiento carnal, y por otro como quitapenas o anestesiante contra los desengaños amorosos, reparador de corazones partidos y mar donde ahogar congojas. Ciertamente la asociación entre música y clubs hicieron el resto, y varias generaciones de sesudos jazzeros, bailarines o gargantas profundas del blues se aprestaron en tropel a empinar el codo.

Como prueba de todo ello, aquí van diez temas etílicos escogidos con amor y sed insaciable.


1. Tequila. The Champs. 1958
Cumbre inequívoca del instrumental y cima de los temas etílicos, esta canción del grupo californiano de ascendencia mejicana The Champs tuvo un éxito desmesurado, y parte de la culpa es su estribillo de una sola palabra que le da título. Compuesta por su saxofonista Dani Flores (bajo el sugerente pseudónimo de Chuck Rio), es una tonada que reconocen tanto jóvenes como ancianos y para la que parece que no pasa el tiempo, pues es capaz de animar cualquier sarao en pleno siglo XXI. Tanto fue su éxito que creó un estilo propio, abriendo la brecha para que la voz de toda una generación de pachucos fuera por fin escuchada.

2. One bourbon, one scoth, one beer. John Lee Hooker. 1966. Aunque esta es la fecha de edición del disco de Chess que ves a tu izquierda, la fecha de composición del celebérrimo tema es incierta. El caso es que el gran bluesman se retrata a si mismo acodado en la barra de un bar en pleno proceso de catarsis amorosa a base de lingotazos sucesivos de los tres elementos del título en rueda perpetua. De nuevo nos hallamos ante un estribillo pegadizo, que excita la sed e impulsa al remojo interno ante las adversidades.

3. One for my baby (and one more for the road). Frank Sinatra. 1958. Composición de Harold Arlen y Johny Mercer interpretada por vez primera por Fred Astaire, que Sinatra ya grabara en Columbia en 1947, aunque la versión de 1958 en Capitol que he escogido tiene mayor profundidad y una producción más cuidada, propia de una estrella etílica como Frank "la voz" Sinatra, miembro fundador del Rat Pack junto con otro dipsómano entregado como Dean Martin. De nuevo nos hallamos ante un caso de tristezas bien regadas con chica de por medio, aunque de estilo más discursivo que cantado. No en vano está todo el disco dedicado al desamor y la soledad; no recomendado para depresivos o divorciados en ciernes.

4. Rum and Coca-Cola. The Andrews Sisters. 1944. Este trío de falsas hermanas (sólo dos lo eran) se inspiró en un calypso de Lionel Belasco, músico afincado en Trinidad que fue desposeído de los derechos de autor en favor de Morey Amsterdam, para aportar su granito de arena a la coctelería bélica en plena Segunda Guerra Mundial, llegando a vender la friolera de siete millones de discos, algo inusitado para la época. Ni siquiera Santa Claus hizo tanto en favor del conocido refresco de Cola. Tonada pegadiza de ambiente tropical y festivo con estribillo cubatero por excelencia, antes de que al mismo combinado se lo rebautizara como Cuba Libre en un momento de menos amor por la presencia de tanto gringo en el Caribe.

5. Red Red Wine. Neil Diamond. 1968. El versátil, polifacético y siempre profundo Neil Diamond llegó alto en las listas con este himno a la enología quitapenas, y como ejemplo he escogido su versión en directo de 1972, donde el público corea el estribillo con pasión de somelier. Un año después de su salida al mercado en 1968, un jamaicano llamado Tony Tribe lo pasó por la batidora reggae, versión que a su vez tomaron los británicos UB40 en 1983 para fijar la más famosa de todas ellas, que es seguramente la que suena en tu cabeza en estos momentos. Vino rojo como la pasión que se va.

6. Drinking Again. Dinah Washington. 1962. De nuevo Johny Mercer se interna en los vapores etílicos en este tema, que conociendo a Dinah Washington suena a sincera confesión alcohólica. Litros de desamor vaso en mano en este disco de Roulette de ambiente bluesero y voz cazallosa, que inspiró entre otras una imbatible versión de Aretha Franklin en 1966 donde vence por KO al primer asalto con una entrada que pone los pelos de punta. Al igual que predecesoras como Billie Holiday, Dinah convence al oyente de que en cuestiones de botella sabe de lo que está hablando, y su interpretación destila sentimiento (nunca mejor dicho).


7. Joe Liggins & The Honeydrippers. Pink Champagne. 1952. Genio y figura del R&B, compañero de fatigas de otros bebedores como Jimmy Witherspoon o Amos Milburn, Liggins nos emplaza en este famoso tema a divertirnos con la burbujeante libación de lo que entendían era una bebida sofisticada propia de clubes de alto copete, con el objetivo confeso de beneficiarse a sus acompañantes femeninas.

8. There's a tear in my beer. Hank Williams. 1949. Padre de la música country & western tal como la conocemos hoy en día, el sr. Williams parecía predicar con el ejemplo, y además de consumir cantidades ingentes de alcohol lo aderezaba con anfetaminas y en sus últimos años con morfina, lo que provocó su muerte prematura en 1953. La lista de sus éxitos es muy extensa, y en este caso se dedica a la balada plañidera donde la cerveza toma el regusto salado de las propias lágrimas del autor, quien con su voz gangosa caraterística y unas rimas ripiosas pergeña un auténtico himno al desamor vaquero que recorre la fina línea que separa lo genial de lo ridículo. Aún así, merece un puesto en esta lista etílica.


9. What's the use of getting sober (if your gonna get drunk again). Louis Jordan and his Timpany Five. 1942. Afamado entertainer, excelente saxofonista y compositor dotado, Louis Jordan alcanzó el #1 en las listas de R&B con este tema que anima a la borrachera perpetua y que se inicia con reprimenda de un padre al hijo que va por el mal camino. Siempre dispuesto a los juegos de palabras, los dobles sentidos, las letras dialogadas y a explotar su innegable vis cómica, Jordan fue un auténtico retratista de la vida urbana americana, e influyó en posteriores rockeros negros como Little Richard o Chuck Berry, quienes a su vez plasmaron los hábitos de su época, ahora adolescente,
blanca y rocanrrolera.

10. La Chevecha. Los 3 Sudamericanos. 1970. Versionando el tema que convirtiera a Palito Ortega en el líder de la canción del verano de 1969, este trío de dos argentinos y un paraguayo fundado en 1959 perpetró otra vuelta de tuerca del falso corrido de Palito (ver foto pequeña) por partida triple, animando fiestas, guateques y saraos con esta demencial oda a la borrachera cervecera que se tarareó sin fin en bares, plazas, fiestas de pueblo, chiringuitos playeros, casernas militares y fiestas de fin de curso, e hizo las delicias infantiles de este que suscribe, quien halló una ocasión más para hacer el payaso imitando comportamientos adultos vedados. Aunque el protagonista del tema parece caer redondo y no tener una actitud precisamente responsable, el tono eminentemente festivo parecía disculpar a todos los borrachos que en el mundo han sido, muy alejado de las profundidades del bebedor sentimental. Por ello lo he escogido para cerrar esta lista alcohólica y etílica.

¡¡¡ Salud !!!










domingo, 9 de diciembre de 2007

El Dr. Arthur Lintgen y la "vinilovisión".

La vinilovisión

Este sujeto con aspecto de oficinista concienzudo o burócrata anodino responde por Arthur Lintgen, nacido en 1942, doctor en medicina diagnóstica y residente en Pennsylvania, aunque es más conocido por poseer una extraña habilidad, consistente en adivinar, o más bien "leer", el contenido musical de cualquier disco de vinilo que le pongan en las manos con solo mirarlo. Es el por ahora único poseedor de lo que se ha bautizado, no sin cierta rechufla, como Vinilovisión. Como es natural, todo esto tiene su explicación.

El Dr. Lintgen descubre sus poderes

Allá por 1977 el Dr. Lingten fue invitado a una fiesta (no creemos que por ser un party animal precisamente), donde a la hora en que los presentes ya llevaban algún Dry Martini de más, y conociendo su afición a la música clásica y su bagaje audiófilo, le retaron a que reconociera a ciegas las sucesivas composiciones que le iban presentando. Se resístió desdeñosamente a ello, pues afirmaba conocerlo casi todo, más aún lo que podría haber en la casa de sus anfitriones, pues tampoco parece que fueran poseedores de una colección impresionante. El reto fue a más, y se le empezaron a mostrar discos y más discos sin ni siquiera hacerlos sonar como pago a su presunción, y para sorpresa de todos, él mismo incluido, fue capaz de reconocerlos con sólo ver el vinilo hasta la galleta central, que se le ocultaba para no ofrecer pistas. Una vez pasada la primera perplejidad y agotadas las bromas y risas sobre esa extraña capacidad, el Doctor Lintgen quedó convencido de que en verdad poseía un poder excepcional que retaba toda lógica. Había descubierto la Vinilovisión.

Poderes paranormales

La noticia sobre la inusitada capacidad del Dr. Lintgen fue corriendo primero entre conocidos, más tarde a la prensa local, de allí a los medios nacionales, y finalmente llegó a oídos del Comité para la Investigación Científica de las Afirmaciones Paranormales, un organismo especializado en someter a juicio a mil y un supuestos videntes, expertos en telequinesia y telepatía, magos y similares, con la intención declarada de desenmarcarar a los farsantes y librar al mundo de charlatanes. Así pues, en 1981 el Dr. Lintgen se sometió a una prueba controlada para averiguar qué había de cierto en sus poderes. El doctor sólo puso una condición: los vinilos debían ser de música clásica, concretamente sinfónica, y de Beethoven en adelante. Para sorpresa del comité, acertó el nombre de la composición, y algunos datos escalofriantes por lo detallados, de los 20 discos que se le presentaron, incluso con apuntes del tipo: "Esto es la Sexta de Beethoven, pero incluye algo más al final. Ah, sí la Obertura Prometeo", o "Queréis engañarme, La Consagración de la Primavera de Stravinsky ya me la habéis enseñado en una grabación diferente". Cuando la admiración llegó al paroxismo fue cuando el doctor Lingten añadió: "Y la segunda es de una orquesta alemana". ¿Cómo podía saber todo eso simplemente mirando el vinilo?
Una mezcla de cultura y física aplicada

El mismo doctor ofreció una explicación sencilla e inesperada a un tiempo. Según sus propias palabras, no se trataba de poderes mágicos sino de un cóctel de dotes de observación y a amor a la música. De todos es sabido que a simple vista un disco de vinilo no es uniforme, sino que algunas zonas aparecen más brillantes, otras más oscuras, unas áreas muestran un tono gris o casi totalmente negro, otras plateadas a la luz. Esto se corresponde a la profundidad de los surcos, la separación entre ellos y los altibajos propios de las diferentes dinámicas de la música que contienen, que a su vez se traducen en más graves o más agudos, mayor volumen (las zonas más brillantes) o menos (las zonas más oscuras), y ayuda a diferenciar la duración de los pasajes, los timbres generales o en un nivel de mayor detalle las diferencias entre percusiones, líneas de bajos o estridentes metales. Así pues, Lintgen sólo tenía que echar un vistazo a tales parámetros, rebuscar en su amplia memoria musical y hallar una correspondencia entre las dinámicas que el vinilo le mostraba y sus vastísimos conocimientos de la música clásica sinfónica. Aún así, también añadía deducciones propias, que explican que pudiera reconocer como alemana una orquesta. Con sólo sostener el vinilo entre los dedos advertía que los bordes cortados hacia arriba eran un signo distintivo de Deutsche Grammophon, y sabedor de la fecha aproximada de la grabación por la calidad del acetato y su gramaje, y convencido de que por aquellas fechas la discográfica sólo grababa con orquestas del país, se aventuró a una respuesta tan detallada. De modo que los poderes del Dr. Lintgen no era para nada paranormales, sino tal vez un tanto anormales por extravagantes. De hecho, en cierta ocasión afirmó: "La grabación es digital. En los surcos entre movimientos realmente no hay NADA". Ver para creer.

Orgullo y prejuicio
A la vista de las explicaciones aportadas por el propio Dr. Lintgen no me extraña que sus poderes se limitaran a la música sinfónica, pues entre otras cosas las composiciones son más extensas, permitiendo observar más diferencias dinámicas entre ellas y comparar las duraciones de los movimientos. Tampoco que solicitara obras posteriores a Mozart, pues tanto éste como Vivaldi o Bach, por poner unos pocos ejemplos, seguían estructuras más repetitivas del tipo Allegro-Adagio-Presto que se prestaban a mayor confusión. Por otra parte, a la vista de Stockhausen declaró: "Esto no es música", y ante un LP de Alice Cooper tachó su contenido de "guirigay caótico", de modo que el doctor, a pesar de su audiofilia, tenía sus prejuicios sobre lo que debía ser considerado digno de audición. Y desde aquí animo a los lectores a hacer la prueba. Tomad algún disco de vinilo que conozcáis con detalle e id probando las correspondencias entre el aspecto del disco y su sonido. Al poco sabréis hallar directamente pasajes concretos, cosa que los DJ's más expertos en vinilo saben desde hace décadas.

A pesar de todo, la historia de este personaje creo que le hace merecedor de que sus poderes se relaten, pues es el único e incontestable poseedor de la Vinilovisión. En mis fantasías le saludo con un afable: "Sr. Lintgen, ¿ha leído algún disco interesante últimamente?"


viernes, 7 de diciembre de 2007

Fallece Carlos "Patato" Valdés. Que Changó lo tenga en la gloria


Obituario

El pasado día 4 de diciembre, día de Santa Bárbara, el equivalente a Changó en el santoral afrocubano, Carlos Valdés, apodado "Patato" por su baja estatura y aparente fragilidad, decidió quitarse los tubos y cables que lo mantenían con vida desde que sufriera una crisis en pleno vuelo de San Francisco a Nueva York, el 18 de noviembre anterior, que requirió aterrizaje de emergencia en Cleveland y hospitalización inmediata. A estas alturas huelga decir que con Patato se va un percusionista formidable y un importante pedazo de la historia de la música afrocubana.

La historia de la música afrocubana hecha carne

Carlos Valdés, habanero de nacimiento, santero por devoción y rumbero por convicción, fue uno de los grandes percusionistas cubanos, y su trayectoria, paralela a la de muchos otros, sigue a su vez la trayectoria de la música afrocubana del siglo XX. Tras probar suerte como bailarín, actividad de la cual guardó usos y maneras toda su vida, y boxeador, suponemos que en categorías de muy bajo peso, se animó a dar carta de profesionalidad a una pasión que siempre había relegado a los solares y las ceremonias santeras, tocando en el cajón guagancós, columbias y ritmos abakuás, pasándose más tarde a las congas y participando en formaciones como el Conjunto Casino, el mismo que bajo los auspicios de Don Azpiazu había convertido el pregón El Manisero (The Peanut Vendor) en el primer éxito global de la música afrocubana allá por los años treinta en la extinta RCA Victor. Siguiendo la estela del malogrado Chano Pozo, y tal como hicieran entre otros Cándido Camero, Mongo Santamaría o Willie Bobo, saltó a Nueva York, aportando su granito de arena (o roca granítica) a las nuevas corrientes del latin jazz. Ahí fue cuando grabó sus colaboraciones como músico de sesión en Blue Note y formó parte del gran combo de Tito Puente, quien tras Xavier Cugat había tomado el relevo en la expansión de los ritmos latinos en EE.UU., en franca competencia con Machito y sus Afrocubans.

Que le pongan salsa

La posterior irrupción de la salsa neoyorquina, el boogaloo y otros ritmos del momento propició que bien entrados los 70 Patato hallara aún un puesto preeminente, aunque sospecho que donde realmente se encontraba cómodo era en formaciones rumberas de raíces bien ancladas en la tierra, como se demostró más tarde a finales de los noventa, cuando ya consagrado como una gloria viva formó parte de los Conga Kings con Giovanni Hidalgo y Cándido Camero (entre los tres tocaban trece tambores) o cuando formó parte junto con Bebo Valdés e Israel López "Cachao" en la grabación del disco El arte del Sabor en la Lola Records de Fernando Trueba, el paridor de grandes lecciones como Calle 54.

Melodías del cuero

Dos son las mayores aportaciones de Patato a la precusión afrocubana. La primera la adopción de clavijas para congas, tumbadoras, quintos y demás variantes del instrumento, que sustituyeron a la afinación de los parches por el calor de una pequeña fogata, como aún hoy en día se realiza, por ejemplo, con las lonjas del candomblé uruguayo o en el África. De hecho el invento fue rápidamente adoptado por el fabricante Latin Percusion, y hoy en día constituye un aditamento siempre presente. Y la segunda, derivada de la primera, es que Patato tocaba habitualmente con cinco tambores, y no los tres o máximo cuatro arquetípicos, afinados en notas concretas, de modo que podía remedar escalas sencillas e incluso riffs de melodía, aportando una riqueza tímbrica a la percusión hasta entonces intuída, pero no explotada hasta sus últimas consecuencias.
Un adiós

Mucho me temo que el adiós a Carlos Patato Valdés es el adiós a uno de los últimos grandes de la música afrocubana, a uno de los precursores y máximos responsables de que la música cubana sea lo que ha sido y lo que es. Odio pensar que hay otros cuantos candidatos próximos a viajar al otro mundo dentro de la gran familia que universalizó la rumba, creó el mambo, parió el latin jazz y otros afluentes de la gran corriente afrocubana, pero es ley de vida. Desde aquí mi profundo respeto y admiración por este pequeño gran hombre. En paz descanse, y que en el cielo se arme el gran bembé, un bele bele pa romper los cueros !!!

lunes, 3 de diciembre de 2007

Top 10 navideño del Doctor Vinilo

No están todos entre los más vendidos, ni pretendo sentar cátedra en su orden, pero tras mucho meditar me he decidido a completar el post anterior con esta selección de lo más granado del disco navideño. Cualquiera de ellos puede mitigar la depre pascual... o ahondarla con alevosía, y constituyen joyas preciadas para este que suscribe.

1. A Christmas Gift for you. Indiscutible # 1 (ver reseña en discos del mes).

2. Elvis Christmas Album. (1957) Disco imprescindible y envuelto en polémica, pues Bing Crosby, quien figuró en las listas navideñas ininterrumpidamente de 1942 a 1962 con su White Christmas, instó a Irving Berlin, autor del célebre tema, a que denunciara la para él ridícula versión del nuevo rey del rock. Cuentan que hasta algún DJ se vió de patitas en la calle por radiarlo. Sólo por eso Bing Crosby no ha entrado en mi lista. Por lo demás, el disco incluye la genial composición Santa Claus is back in town de Leiber y Stoller, un hito indiscutibe del nuevo villancio rockanrrolero lleno de guiños y arrebatos a la Elvis, donde Santa llega... en un gran Cadillac rojo !!!


3. The Ventures Christmas Album. (1965). Cumbre de las navidades yeyés. Estos avezados autores de instrumentales guitarreros toman al asalto las fiestas navideñas con profusión de reverbs y trémolos como aggiornamento de tradiciones. El sonido del disco se halla a medio camino entre el descaro y sencillez sesentero y el kitsch más horripilante, pero ese afán por recorrer la fina línea que separa el genio del ridículo lo hacen merecedor de un puesto destacado en esta lista. Sugiero su escucha en pequeñas dosis, aunque es una auténtica joya para cualquier coleccionista que no tema torturar la resaca de año nuevo de sus vecinos. Por algo los incluyó Tarantino en su Pulp Fiction.

4. The Beach Boy's Christmas Album (1964). Siete estándards y cinco composiciones de su líder, Brian Wilson, lograron para este mega clásico álbum el disco de oro. Juegos vocales, armonías enrevesadas y ambiente optimista para unas navidades eminentemente playeras no aptas para diabéticos de tan melosas. Aquí Santa ya no vive en el Polo Norte sino en California, tierra de chicas bronceadas y sonrisas dentífricas. A pesar de las aparentes buenas vibraciones, ese año de cuatro discos publicados y lleno de éxitos fue preludio de las honduras creativas (y psiquiátricas) del sr. Wilson, quien a pesar de cantarle a la blanca navidad parecía vivir un infierno personal que ninguna tabla de surf podía mitigar.

5. The Magic of Christmas. Nat King Cole (1960).Aquí tienes las portadas del LP y el single de mayor éxito del único álbum que Nat King Cole dedicó a las felices fiestas, pero con el que logró desbancar a Bing Crosby del monopolio navideño. Nat King Cole, el único negro que podías invitar a casa sin que a tu madre le diera un infarto ni tu padre buscara la escopeta, se alzó definitivamente a la cima del crooner global con versiones de temas estrictamente tradicionales que hoy en día hacen olvidar las de sus predecesores. El disco no es nada original, pero permitidme que incluya en la lista a mi voz preferida. Si al oír a Nat no te aletea el corazón, tal vez estés muerto.

6. Reggae Christmas from Studio One. (1992) Recopilatorio inusitado del célebre Studio One sito en Kingston, Jamaica, donde se citan los Wailers de Bob Marley y variadas estrellas del ska, el rocksteady, el reggae y el dub más abisal a mayor gloria de unas navidades verdes y sin semillas. Este es el album ideal para regalar a las malas compañías y para las fiestas playeras de año nuevo, además de documento histórico sobre los diferentes estilos jamaicanos en su faceta más demencial y psicotrópica. Como muestra, la versión del célebre villancico El Tamborilero convertida al rastafarismo en Little Drummer Boy por Tennessee Brown & the Silvertones.

7. Merle Haggard. A Christmas Present. (1973) Si tus vacas se perdieron en la ventisca y el suelo helado no te deja seguir su rastro, este es tu disco, gentileza del gran Merle Haggard en su asalto al #2 de las listas de country en un invierno especialmente crudo. Antiguo delincuente juvenil, presidiario en San Quintín y autor del himno Okie from Muskogee a la personalidad redneck y ceporra, las versiones de Haggard de célebres baladas navideñas parecen adecuadas para escucharse en un bar de carretera mientras la nieve cae sobre tu pick-up Ford a la espera de que se despejen los caminos. Especial mención merece el tema que abre el disco, If we make it through the winter, donde los buenos deseos son pura ansia de supervivencia famélica y vaquera.

8. The Jackson 5 Christmas Album. (1970) Desde un tiempo lejano en que las navidades eran siempre blancas y Michael Jackson siempre negro, nos llega este disco subtitulado Merry Christmas from Motown, compendio de conocidísimos temas navideños pasados a la fuerza por la batidora soulera del sonido Detroit para lucimiento del benjamín de la familia Jackson. En conjunto el resultado es almibarado y carente de pegada, nada comparable a un Santa Claus funky desbocado como James Brown, pero incluye temas adecuados para unas fiestas movedizas y bailongas o para que la abuela se marque unos pasos antes de atragantarse con las uvas.

9. Lynyrd Skynyrd. Christmas Time Again. (2000) El grupo de Johnny Van Zant se acompaña de casi docena y media de colaboradores para pergeñar este bromazo navideño a ritmo de rock sureño, recuperando temas al uso del mismísimo Chuck Berry y aportando otros propios como el que da nombre al disco. Guitarrazos desenfrenados, voces cazallosas, riffs acelerados y ambiente etílico de club de mala muerte aliñan este álbum gamberro, ideal para ir de compras y espantar a los que pretenden robarte la plaza en el aparcamiento del centro comercial. Si deseas fervientemente que Santa te regale una Fender Stratocaster y odias las fiestas en familia frente al fuego de la chimenea, este es sin duda tu disco.
10. BoneyM Christmas Album. (1981) A pesar de que este cuarteto de domador y tres fieras era de origen antillano, tras caer en manos de los más truculentos productores del llamado europop afincados en Munich su fama cruzó fronteras como pocos en aquellos años, pues combinaban lo mejor de varios mundos y no tenían recato en prestarse a las composiciones más temibles por machaconas y torturantes que fueran. Se hicieron célebres en África, los países árabes, la India, el sudeste asiático e incluso la URSS a pesar del telón de acero, y este disco tiene buena parte de culpa, pues incluye el tema Feliz Navidad (que en su dicción germano-antillana sonaba algo así como "Felis Nafitat") que llegaron a tararear hasta los esquimales, si es que ellos celebran algo en pleno invierno. La manera en que sus melodías quedaron incrustadas en mi cráneo y las imágenes de mi infancia (cuando la Navidad realmente importaba) les hacen merecedores de aparecer aquí aunque sea en último puesto. Si tienes niños menores de seis años o mayores de setenta, esta puede ser apuesta segura para arrancarles una sonrisa.

Dicho todo lo anterior, aguardo vuestros comentarios o sugerencias. Ah, y feliz navidad a todos.

Doctor Vinilo

domingo, 2 de diciembre de 2007

Santa Claus: el mayor promotor discográfico de la historia



Desde los inicios del siglo XX, la incipiente industria discográfica, las nuevas estrategias comerciales y publicitarias y la sociedad de consumo avanzaron cogidos de la mano. De hecho, es ya muy conocida la historia que nos habla de cómo la Coca-Cola recogió la vieja leyenda escandinava del vejete habitante del polo norte, le cambió su sempiterna vestimenta verde por el rojo corporativo de la emergente compañía de refrescos y logró crear un mito planetario al servicio del comercio global. Ese fue el nacimiento de Santa Claus, también conocido como Papa Noël, adalid de los buenos deseos navideños y promotor imbatible del derroche familiar. Como es lógico, la música no sólo es cultura y creación , sino también, y a menudo de forma preeminente, industria y comercio. Así pues, el disco navideño se convirtió en una tradición tanto o más arraigada que el pavo, el abeto o los turrones.

A menudo despreciado por su condición de oportunista, su ñoñería o su vaciedad de contenidos, también es cierto que al constituir una apuesta segura que cada año podía renovarse muchas casas discográficas y artistas invertían en el disco navideño más esfuerzos y dineros que en proyectos de dudosa rentabilidad, creando con ello mucho prensaje detestable, pero también auténticas maravillas que pueden apreciarse todo el año. Uno de los primeros superventas navideños fue Bing Crosby, quien además de copar las listas de éxitos durante largos años dejó para la posteridad versiones insuperables de los mismos mantras que hoy en día resuenan en estas fechas en los centros comerciales. Pero en la práctica, y hasta fecha relativamente tardía, cuesta encontrar a un solo artista de renombre que no hubiera grabado al menos una incursión en el himno pascual. Crooners como Sinatra, rockeros aguerridos como Elvis, melenudos yeyés como los Beach Boys o los Kinks, estrellas del jazz como Louis Armstrong, voces del soul o del blues, pasando por reyes del funk como James Brown, bailongos desenfrenados, porreros jamaicanos, vaqueros del country, apóstoles del rock progresivo o los siempre aborrecibles subproductos de la llamada canción ligera, muchos, o casi todos, sucumbieron a la estrategia comercial de prestar sus talentos al repertorio navideño.

El repertorio, ya que lo mencionamos, solía estar formado en inicio por canciones tradicionales de origen incierto y llevadas a los EE.UU. por las diferentes comunidades inmigrantes o grandes temas clásicos, componiéndose con el tiempo tonadas específicas de corte más moderno e incluso en época más tardía novelties humorísticos o descarados covers adaptados al estilo más en boga en cada momento. También en España, como en otros países con tradiciones propias alejadas del modelo anglosajón, abundaron los intentos de puesta al día de villancicos tradicionales, las rumbas festivo-etílicas o las baladas plañideras más cercanas al jingle televisivo de Nescafé que a la creación musical bien entendida. Todo ello me lleva a pensar en el disco navideño como un género específico que, si bien bebe de innumerables fuentes y comprende temas y artistas de todo pelaje y condición, puede ofrecer joyas entre montañas de escombros vinílicos. El que se tome su tiempo puede hallar tesoros, y como ejemplo incluyo algunas portadas a modo de pistas.

Hoy en día el disco navideño es una rareza, y en estos tiempos en los que los cimientos de la industria discográfica se tambalean bajo el acoso de la descarga digital el villancico posmoderno ha quedado relegado al artista de consumo octogenario, el bromazo oportunista o el guiño retro y pretencioso, pero en la historia del disco probablemente nadie como Santa Claus haya auspiciado tantos lanzamientos, y siempre bajo el influjo de una sola idea.
Ho, ho,ho...


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