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sábado, 10 de noviembre de 2007

La chica de Ipanema o cómo arrasar el planeta con un ritmo nuevo de la noche al día



Oye qué cosa más linda....


En 1962 la gran hornada del rock'n'roll se estaba enfriando, el jazz iniciaba caminos experimentales que le alejaban definitivamente de las salas de baile, la música negra aún no había roto sus cadenas, y las viejas modas de los ritmos tropicales no habían logrado superar el cambio generacional. Muchos eran los que ansiaban hallar un toque distintivo que pudiera convertirse en sintonía inaugural de una década preñada de promesas, pero pocos imaginaban que éste acabaría viniendo del otro hemisferio, de un mundo alejado, tan desconocido como sugerente. Las músicas tropicales, de consumo moderado en EE.UU. y muy limitado en Europa, ya habían aportado a la gran corriente principal el mambo, el cha-cha-cha, el bolero y otros ritmos, ya habían influido en apuestas de por sí arriesgadas como el jazz, pero su enorme bagaje se veía casi siempre limitado por el prejuicio, el idioma o su uso exclusivo para el baile. Una de las muchas mutaciones de la música latina obraría el milagro.


Bossa nova, la nueva intención


Aunque a veces se ha querido definir a la bossa nova como música popular brasileña, lo cierto es que en origen fue una idea de las élites culturales cariocas, que muy influidas por el jazz y la chanson francesa aprovecharon las estructuras de la samba y sus afluentes para añadirles sofisticación, coartada literaria y aires progresistas en consonancia con los crecientes deseos de una nueva clase media brasileña que se debatía entre las raíces y el brillo de la cultura europea, como empezaba a plasmarse en su arquitectura y otras artes. Así, el matrimonio entre tradición y cosmopolitismo se celebró sin grandes fastos, aunque el acierto de esa unión cruzó todas las fronteras. Los contrayentes, por otra parte, eran tan numerosos como inesperados.


"The sound", el blanco que bebía de todas las fuentes


Stan Getz, conocido como "The Sound" por su imbatible timbre y personalidad al saxo tenor, era uno de los numerosos músicos blancos de jazz abierto a mil influencias, alma liberada de corsés y hambrienta de éxito, tanto económico como musical. Siguiendo los consejos de amigos músicos como Charlie Byrd, decidió dotar a su repertorio de algunos temas con savia nueva, y después de tantear la música cubana decidió que los dulces ritmos sincopados de una nueva generación de compositores brasileños se adaptaría mejor a su sonido almibarado. Para ello recorrió a Joao Gilberto, quien por entonces parecía abrirse camino a toda velocidad como delantero de un amplio equipo, compuesto entre otros por Antonio Carlos Jobim, Vinicious de Moraes, Luiz Bonfá
o Laurindo Almeida. La cita, sin embargo, tuvo un desenlace inesperado.


¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?


Una vez Getz y Gilberto prepararon el material y realizaron las primeras pruebas, a los productores les asaltó una duda. ¿Estaba el público americano preparado para consumir canciones en portugués, acaso no faltaba algo para convencer a las emisoras de que radiaran aquel nuevo cóctel, era todo aquello una buena idea? La solución fue echar mano de la mujer de Joao, Astrud, que hablaba inglés, no tenía mala pinta y aunque no era cantante profesional su voz ofrecía un tinte sugerente y enigmático, lejos de toda pretensión. Una vez agregado ese último ingrediente la mezcla resultó explosiva, lanzando a Getz, la bossa nova y a todos sus participantes al éxito mundial. Durante un par de años el planeta bailó, amó y sintió al ritmo cadencioso de sus sones amables y sensuales, no hubo saxofonista de pro que no adoptara la nueva receta, y hasta el propio Elvis se subió al carro. Sin embargo, el auténtico terremoto global vino de la mano de los cuatro melenudos de Liverpool, y el globo se desinfló, aunque dejó tras de sí uno de los discos más vendidos de la historia del jazz e influencia eterna en el mundo de la música.

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